Probablemente Lasker sea uno de los jugadores de ajedrez (el último romántico) que más contribuyó al desarrollo de la psicología para el ajedrecista.El matemático y filósofo alemán que fue capaz de retener el título de campeón del mundo durante nada más y nada menos que 27 años, profundizó en este aspecto siendo capaz de encontrar puntos débiles que no eran estrictamente técnicos en sus rivales. Nunca se cansó de repetir que una partida de ajedrez era la consecuencia de una lucha entre personas y no entre piezas, lo que, desde su punto de vista, confería al juego una perspectiva mucho más humana que la que probablemente tengamos en la actualidad.
Para la psicología es preciso cumplir una serie de requisitos para poder convertirse en una estrella del ajedrez:


- Gran memoria. Fruto también de una mayor comprensión técnica que le permite asignar patrones de juego a combinaciones de casilla, piezas y líneas sin sentido para el profano o el jugador medio.

- Extraordinario dominio de sí mismo. Muchos de nosotros nos conformaríamos con jugar como Ivanchuk pero es de sobra conocida esta deficiencia psicológica en el gran jugador ucraniano. Los nervios sólidos y la serenidad son herramientas imprescindibles en el ajedrez de competición, especialmente en el ajedrez rápido / semirrápido y en los apuros de tiempo.

- Gran capacidad de abstracción. De generar conceptos e ideas superiores a partir de estructuras simples. Una de las claves de la elaboración estratégica.

- Cociente intelectual relativamente alto. Los estudios demuestran que los mejores jugadores de ajedrez y los niños prodigio compartían un cociente medio / alto de inteligencia. Esto no significa que la práctica normal del ajedrez exija ser “un cerebrito” pero sin duda ayuda a progresar y a ganar. El cociente intelectual también correlaciona con el estilo de juego, cuanto más alto más científico.

“El ajedrez me destruye” GM Ivanchuk
Tras esos 27 años de reinado, Lasker dio paso al genio cubano Capablanca que se coronó como campeón del mundo desplegando un juego tremendamente didáctico y comprensible. A los 8 años de edad ya era prácticamente intratable.